De vez en cuando la prensa escrita sevillana, esa que mira más hacia el
capuz que hacia la política ,nos deja escritos con una calidad y un sentimiento
dignos de alabanza.Y hoy nos ha dejado uno de la mano del periodista Alberto García Reyes, una
preciosa historia/relato de un anciano que hasta las plantas de la Esperanza de Triana acude a besar
su divina mano y que a llorar rompe cuando la tiene frente a frente.
Que lo disfruten:
De vez en cuando la prensa escrita sevillana, esa que mira más hacia el
capuz que hacia la política ,nos deja escritos con una calidad y un sentimiento
dignos de alabanza.Y hoy nos ha dejado uno de la mano del periodista Alberto García Reyes, una
preciosa historia/relato de un anciano que hasta las plantas de la Esperanza de Triana acude a besar
su divina mano y que a llorar rompe cuando la tiene frente a frente.
Las manos como palomas
Lágrimas fluviales. Ni el Cristo de las Tres Caídas le aguanta la mirada, pero sí lo hizo un hombre que se hartó de llorarle a solas
Por ALBERTO GARCÍA REYES, 10:00 h
Dice Matilde Coral, que ve todos los días desde su ventana la Pureza del rostro de la Esperanza, que Sevilla baila moviendo las manos como palomas. Palomas que van a beber al río, por el que pasa la vida igual que pasa la corriente, las lágrimas de la Virgen Marinera. Y las de sus hijos. Eché el ancla la otra mañana en la orilla de las fraguas, ungido por ese sol sevillano que hiere de frío, y entré a besar su mano, que es el vuelo de mis alas cuando el puente abre sus ojos en la noche absoluta de Sevilla. Pero tuve que quedarme quieto. Vi llegar a un hombre vestido de senectud, con los andares apagados y lospárpados rotos. Era esbelto como un junco de la orilla. Eso fue lo primero que me sobrecogió. Se puso a un palmo de la Virgen, firme como las columnas de mármol de la capilla, y Ella estaba a su altura. Con la ganancia de una leve peana, pero con sus ojos frente a los de aquel hombre quebisbiseaba cosillas para sus adentros mientras la Esperanza lo escuchaba sin apremio.
Allí estuvieron de cháchara un ratito. En Triana un ratito a veces es toda la vida y al contrario. A ninguno de los dos se le notaba prisa. Ni a la camarera, que aguardaba con su pañuelo mirando a ningún sitio, como una funcionaria de la ventanilla de las confesiones, el beso que me trajo a la cuartilla una soleá de urgente caligrafía: «Me duelen hasta los huesos / de esperarte cada día / en el callejón del Beso». Yo vi amor ahí. Vi un cortejo silencioso, un enamoramiento mutuo, una ternura de Madre en las pupilas para consolar la angustia de ese hombre ahíto de caídas que venía a apoyar su mano en la misma piedra que el Vecino Más Antiguo. Por eso adiviné su llanto y pude buscar el perfil exacto para ver con nitidez el caudal de sus mejillas. Lloraba más que Ella.Y al torcer la espalda para alcanzar su mano, las lágrimas llovieron sobre los dedos de la Virgen. Las vi caer. Lo juro. Y no me moví. El ángel periodista que me habla permanentemente desde mi hombro izquierdo me pidió que acudiera a preguntarle quién y por qué. Pero no lo hice. Es mejor no saber lo que a nadie le importa. El paño fino limpió la mano anegada, sobre la que soñé un azulejo que decía «hasta aquí llegaron las lágrimas de don fulano durante la riada del besamanos del año 2014 y Ella lo salvó de su naufragio porque es la Marinera de nuestras derivas».
Luego fui silenciosamente a besar esa mano yo. Y no pude dejar mis ojos frente a los suyos. No tuve tanta valentía. Ese rostro que mezcla en su misterio la dulzura y la rabia, el candor de las alcayatas fragüeras y el frío del barro de los tornos, es arrebatadoramente inalcanzable. Por eso es de la Esperanza. Porque es un perpetuo anhelo. Ni el Cristo la mira en su tercera caída. Tuerce su cuello hacia el otro lado porque aguantarle el pulso a la Pureza de Triana es imposible. Duele. Su rasgo de gitana de la cava se confunde con su gesto de capitana de barco y ahí no hay quien sostenga el pulso. Su nariz es pitagórica, pero su dolor no es matemático. Por eso nunca te salen las cuentas cuando la miras. Yo besé su mano aún húmeda y salobre. Y me fui cavilando hasta la puerta envuelto en la muda conversación que acababa de contemplar y en la gallardía de aquel anciano espigado. En la esquina de Santa Ana, mientras la muchedumbre inauguraba el cáliz del tinto cotidiano bajo los geranios del balcón del antiguo bar Bistec, decidí regresar sobre mis pasos porque no sabía a donde ir. Y mientras volvía a mirar el besamanos en estampas como la de esta imagen que detengo en el papel, por la reja de Las Columnas salió hasta mis oídos un toque de palillos. Unas mujeres mayores estaban aliviando sus pesares bailando sevillanas de los corrales. Con las manos saladas de la Virgen como palomas.
José María Cámara Salmerón
Cofrade y Soñador
17/5/13
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