Otra semana mas os traigo una nueva entrega de ARTE SACRO ESPAÑOL.La última entrega este año, puesto que la semana que viene el contenido del blog se verá reducido ante la proximidad de la Semana Santa de Cieza 2018.
Hoy D. Antonio Zambudio nos habla del Descendimieno de Valladolid.
EL DESCENDIMIENTO.
Obra de Gregorio
Fernández, 1623. Virgen Dolorosa, copia del original de Gregorio Fernández,
1757. Propiedad de la Cofradía de la Santa Vera Cruz. Iglesia Penitencial de la
Santa Vera Cruz. Valladolid.
Esta inmensa mole de carácter monumental,
cuya composición conforma una escena repleta de teatralidad barroca y
dramatismo, fue el único paso de la ciudad de Valladolid que permaneció montado
en su iglesia, concretamente, en la tercera capilla del lado de la epístola. Ni
el mal cuidado de los personajes secundarios, congénito a muchas cofradías de
la ciudad pucelana, ni los procesos desamortizadores, le afectaron. Es muy
importante reseñar a la hora de valorar y describir el conjunto, que en el año
1757, dada la devoción que la imagen de la Virgen Dolorosa despertaba en la
gente, la misma fue separada del grupo para presidir desde entonces el retablo
mayor y configurar una escena penitencial aparte, que viene a cerrar el desfile
de la procesión de regla ya bien entrada la noche de Jueves Santo.
Es el testamento de María Pérez,
viuda de Gregorio Fernández, el que confirma la atribución de este paso al
maestro de origen gallego, teniendo presente que en el Siglo XIX todo el
archivo de la cofradía fue pasto de las llamas en un incendio accidental. El
contrato fue firmado en el año 1623 debiendo estar terminado el grupo al año
siguiente, todo un reto para el taller del artista, si bien, la cofradía no
cumplió con lo establecido por su parte, pues en el año 1663 cuando fallece la
esposa de Fernández, al que sobrevivió en 27 años, la entidad pasionaria no
había satisfecho aún la totalidad del pago. Y eso que con anterioridad a este
encargo, el gran escultor galaico ya había trabajado para la Vera Cruz en la
configuración de otras dos obras de gran fama: el Azotamiento y la Coronación
de Espinas.
Las dimensiones de las imágenes
eran totalmente inhabituales, por ello es de destacar este conjunto y la
trascendencia que posee para la historia de la escultura sacra en España, pues
se trata de una enorme máquina barroca de gran aparatosidad, poseedora de una
verticalidad sin parangón con el claro objetivo de impresionar a las masas. La
talla de Cristo responde a los presupuestos anatomistas de Gregorio Fernández,
siempre tendente a mostrar la perfección y habilidad que poseía para
representar el cuerpo humano desnudo, únicamente matizado por el paño de
purificación. Una representación del Mesías que responde plenamente a la
dialéctica postridentina imperante en la sacralizada sociedad vallisoletana.
Los santos varones, encaramados a
dos escaleras mediante las que guardan el equilibrio compositivo preciso,
disponiéndose a descender el cadáver de Jesús tras ser desenclavado, poseen
carácter orientalizante en la línea de lo dispuesto por Juan de Juni en su escena
del Entierro de Cristo para el sepulcro del Obispo de Mondoñedo, obra que
actualmente se encuentra expuesta en el Museo Nacional de Escultura de
Valladolid. Y es que Gregorio Fernández fue un seguidor y admirador del
escultor de origen francés, de hecho, en el año 1615, compró las casas que éste
último habitó en la capital pucelana, estableciendo allí su taller hasta el
final de sus días.
Al margen de la figura de la
Virgen, San Juan y María Magdalena son los otros personajes que al pie de la
cruz, en actitud lastimosa, esperan recibir el cuerpo del Redentor. Ambas
tallas expresan una grandilocuencia física más que evidente, resaltando sus
declamatorias actitudes además del
laborioso acabado que presentan, con evidentes sutilezas de índole técnico como
la labra de los cabellos. Además, un último personaje anónimo, alejado del
carácter grosero y grotesco de los sayones, ayuda a desenclavar los pies de
Cristo portando un martillo. Fue tal la impresión generada por el conjunto,
gracias a su armonía y magnificencia, que sirvió de modelo al escultor
Francisco Diez de Tudanca para elaborar un Descendimiento idéntico en su forma
para la semana santa de la vecina localidad de Medina de Rioseco.
El paso es conocido con el
sobrenombre del “Reventón” desde el día que siendo portado a hombros, aplastó a
un cofrade de la Vera Cruz contra la puerta de la iglesia. Este dramático
acontecimiento manifiesta a las claras la gran magnitud y tonelaje de esta
ciclópea escena procesional, grande no ya sólo por su tamaño sino por su
carácter dramático, teatral, conmovedor y ascético que, a día de hoy,
trascurridos los siglos, aun supone un hito en la escultura penitencial.
Antonio Zambudio Moreno
Profesor de Historia del Arte
Centro Asociado de la UNED en Cartagena.
José María Cámara Salmerón
Cofrade y Soñador
17/5/13
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