Un poco de literatura sevillana, artículo extraído de la página web :
http://pasionensevilla.abcdesevilla.es/index.php?option=com_content&view=article&id=24942&Itemid=182
Pasión de la ciudad
Escrito por Francisco Robles Viernes 17 de Enero de 2014 11:10
Hay lugares que guardan el misterio del tiempo. Son naves encalladas en la arena que cae por la cintura estrecha de esa mujer dorada por soles incesantes que se llama Giralda. Hay lugares alzados sobre piedra y ceniza, fenicios y romanos sus remotos orígenes, y las huellas islámicas, siempre inevitables, asomándose al patio donde el naranjo evoca la plenitud que marzo le roba al azahar.
Hay lugares trazados por la mano maestra del Creador del tiempo, el único Arquitecto que recrea lo inerte, y convierte la tierra en carne luminosa. Se enciende el Salvador con la mañana gris de un enero cualquiera. Fachada de telón que oculta la gloriosa cascada del retablo, los oros confundidos en esa sombra oscura que Cernuda escribió. El día va pintando de colores la piedra, jugando como un niño con la tibia acuarela que humedece la luz sutil de las vidrieras.
Es invierno en la cripta donde el agua dormida circula por la médula del rígido cimiento. El tiempo se ha cumplido. Jesús no está en la plata que labra su capilla. Sale al centro del ruedo, y adelanta la pierna bajo la inmensa cúpula con sol y sin albero. Bajo un dosel dorado, Jesús de la Pasión pacientemente espera la mirada del hombre que lo haga más humano. Los cirios encendidos. Caravaggio le saca esquirlas a la sombra: la luz del tenebrismo. Los pinceles de Rembrandt lo salvan de la sombra, como le hizo Velázquez al dios de la madera, al genial Montañés que no puede explicarse la obra que ya no es suya. El dolor metafísico nació en aquella gubia, y nos traspasa el alma.
Está el Señor cansado de su propia hermosura, como el verso de Sierra que le echa los cerrojos al templo por la noche, cuando Dios vela solo, sin ojos que reflejen sus ojos entrebiertos, sin nadie que lo mire. Antes de que suceda, se vive el privilegio de contemplar el Todo en la tiniebla clara. Altísimos los cirios, la cera como sangre que fluye al derretirse. Cayetano de Acosta sabe que su retablo se queda en el olvido cuando Jesús se pone delante del prodigio. Su túnica, tan lisa, le gana la batalla, le gana la partida al esplendor barroco. Dos ángeles contemplan, atónitos, la escena. En su silencio claman. Nos muestran la verdad que oculta la ciudad, esa leona herida por su propia belleza.
Nos salva el Salvador cuando entramos en busca de la infancia que habita en ese disco duro que guarda la memoria purísima del niño. El órgano interpreta la mejor partitura: silencio del vencejo vencido por el frío. La pasión de la tierra que escribiera Aleixandre revive en las entrañas que nos nutren por dentro. Nos alimenta el incienso, alhucema de enero que huele a Jueves Santo. El altar nos convierte en el niño que mira al cielo del asombro. Tardío es el Barroco de este lugar sin tiempo. Tardíos los relojes que marcan, sin piedad, la hora del regreso. Atrás quedó el milagro.
La luna apenas puede blanquear los naranjos hundidos en la niebla. En la plaza, el relente lustra los adoquines. Flotando está en el aire la soleá que cantan la duda y la certeza:
La espina de esta Pasión
te duele cuando no está
clavada en tu corazón.
Montañés. «El dolor metafísico nació en aquella gubia, y nos traspasa el alma»
Sólo lo efímero permanece y dura. Este adagio barroco se hace presente cuando la talla de Martínez Montañés ocupa durante nueve días y nueve noches el centro de la iglesia barroca del Salvador. Entonces comprendemos que las imágenes son, en Sevilla, algo imposible de descifrar. Y que los ojos se quedan prendidos del asombro cuando tienen la fortuna de contemplar ese altar iluminado por los cirios en medio de la tiniebla más absoluta.
José María Cámara Salmerón
Cofrade, soñador y enamorado de ella
17/5/13
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